Literatura enferma
Diario de un hospital
27/10/2016.
Cabalgan caballos salvajes en la oscuridad de
tu cabello. Mientras tú, volátil, te deslizas en la suavidad del aire. Arropada
por las sedas más finas del mundo que incluso en su perfección parecen toscas
comparadas con la plata de tu piel. Me ofreces tu pie inmaculado y sirviéndote
de mis mortales manos como escaleras, bajas de tu trono celestial al salvaje
plano mortal. Caes, como un estrellado nenúfar, sobre el agua cristalina.
Hundiéndote en una profundidad exclusiva, donde mi mortalidad me permite hacer
pie y arrodillarme. Y verte como Ofelia, cantando con la voz de las estrellas,
a la espera de ser tragada definitivamente. Con lentitud, acaricio tus
mechones, pesados por las perlas de agua. Hasta que el silencio devora tu
música y el mechón más largo de tu cabello se desliza entre mis dedos como si
fuera un sueño.
Hundiéndote, perdiéndote. Lejos de mí, tú
huyes, mi bella y adorada Libertad.
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28/10/2016
Hay una barrera en mis labios cosida con los
recuerdos del ayer. Que permanece incluso cuando mi realidad es ahuyentada por
los barrotes de mi cárcel.
Mi existencia, marcada por una fuerte dualidad,
parece un muñeco de trapo a punto de romperse por la mitad. Dos fuerzas
opuestas surgen y tiran de mí. Uniéndose únicamente ante la barrera que con los
años yo misma he puesto sobre mis labios.
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Una dama de blanco deja caer su pañuelo
inmaculado. Deslizándose entre las nubes, entre los barrotes de mi celda.
Estrellándose contra el cristal y en un beso dulce traspasándolo. Llegando a mi
nueva vida, lentamente, segura. Como quien sabe que el aire es aire, como quien
sabe que el cielo es cielo. Se pasea con la ternura maternal más infinita sobre
mi brazo, fundiéndose con la misma vida y volviéndose luz. La cálida luz de
otoño, otorgada por una dama de blanco, que a todos mece, que a todos llega.
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Grita, grita,
GRITA. Grita gorriocillo de mi alma.
No dejes que te queme el miedo dentro, no dejes
te rompan las alas la angustia y la culpa.
Grita, grita GRITA. Grita, gorrioncillo de mi
cuerpo.
No dejes que el dolor se haga silencio, que la
vida que nos une se vuelva sueño
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29/10/2016
¿Qué es esta sensación? El espíritu de la
niebla que acecha fuera parece haber entrado en este lugar. Donde el tiempo
pasa lento, como si las horas fuesen densas gotas de miel, y donde llevar la
cuenta de los días que pasan parece casi imposible, con el ayer y el hoy
distinguidos por una muy difuminada línea.
La niebla ha entrado y el frío se proclama rey
y señor de este lugar. Un frío que ni las mantas pueden quitar, ¿será éste el
frío de la soledad?
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Quiero un abrazo. Un abrazo de colores cálidos,
con olor a pan recién hecho y a libro. Un abrazo sincero, del alma. Que me estreche entre brazos de amor cuando
el miedo se apodera de mi corazón. Quiero un abrazo fuerte, que llegue incluso
a doler. Que me deje llorar en él. Quiero un abrazo de alguien, de cualquiera,
que vea mi tristeza y entienda el dolor de mi corazón.
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30/10/2016
Cae el telón del tiempo sobre mi cuerpo.
¿Qué es esto? ¿Es el ansia? ¿Por qué domina mi
existencia como si fuera una marioneta? Ya no pienso en el afuera, por ahora el
alma solo me pide que corra. Que corra sobre el enloquecido tiempo de este
lugar. Donde las horas pasan despacio y la noche y el día solo se diferencian
por la palabra de alguien.
¡Que
llegue ya!
Mi cuerpo clama.
¡Que
sea ahora!
Mi alma exclama.
Y mi mente, desorientada ante el ansia que me
invade, asustada susurra.
¿Qué
será aquello que tanto esperan?
¿Qué
será aquello que incluso yo deseo?
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01/11/2016
El dolor mudo crece en mí. Lo siento en el
silencio, tan claramente como noto palpitar mi corazón.
Es un dolor paciente, redondeado y constante.
Sin grandes picos, sin altibajos. Solamente permanece y permanece, anidando
entre mis huesos y con una lentitud casi imperceptible, extiende sus
tentáculos. Agrandándose pero permaneciendo en el silencio. Y sin alarmar a
nadie, haciéndose dueño de mi cuerpo.
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Tráeme, tráeme a mi ventana.
Tráeme el mundo, la tierra roja.
Ábreme los párpados invisibles que cubren mis
ojos, protegiendo a aquel que no ha vivido.
Ábreme la puerta verdadera, déjame salir y
cierra. Cierra con delicadeza y mimo,
con respeto y reverencia. Deja salir un gracias de mis labios y un mar de
lágrimas de mis ojos. Pero cierra. Cierra y no abras nunca más.
Y deja que desde el propio núcleo de la vida,
lentamente cure mis heridas.
Deja que me duela estar fuera, deja que golpee
la puerta, que te odie, que me destroce poder vivir la vida.
Deja que todo eso pase y nunca, nunca permitas
a nadie abrir mi puerta.
Sé que te pido demasiado pero, en resumidas
cuentas, mi corazón despejado solo te pide que me salves del pasado.
Y que con todo lo que eso conlleva, dejes que viva.
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2/11/2016
Movimiento. Siento el
movimiento de las demás personas. Avivando los nervios que crecen en mí.
Siento que mi cuerpo ha creado
un oleaje en mi corazón. Divertido, juguetón. Inofensivo e inspirado por el
movimiento exterior. Como un repentino ataque de cosquillas en el alma. Como si
yo misma me pidiera una tímida y pequeña sonrisa a cambio de poner en calma el
mar que había despertado a mi corazón.
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9/11/2016
Madre.
Hueles a sol. A sol de verano
en un abrazo. Tu sonrisa, siempre me la has regalado y viene a mi memoria
cuando tú no puedes reconfortarme. Pero tus ojos últimamente se han vuelto
tristes y me miras como si me fuera a romper. Con miedo. Quiero ser como tú
cuando me miras así, para abrazarte y decirte que todo va a ir bien. Pero no
puedo. Yo no huelo al sol del verano, ni tengo tus manos mágicas que pueden
arreglarlo todo. No tengo tu fuerza. Ni el torrente de vida que rebosa de tu
cuerpo.
Por eso, cuando tus ojos se
llenan de miedo, solo puedo abrazarte y decirte lo muchísimo que te quiero.
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Meses
de silencio.
No
puedo escribir.
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Epílogo
(20/03/2017.): Vuelvo
a escribir.
Echo de menos el silencio del
agua. Flotar en la infinita inmensidad y cubrir mis oídos con las suaves manos
de la naturaleza. Mecerme en la cuna que solo encuentro en ella. Que deshace
los hilos de mi pensamiento, descubriendo las cortinas del raciocinio y
permitiendo que el blanco, la dulce nada, invada por completo mi mente.
Volviéndola un lienzo en blanco, cuyo único pintor es el profundo y grave ruido
del silencio acuático.
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